martes, 3 de enero de 2012

Una decisión, una consecuencia y una recompensa

Me es muy difícil recordad aquél día, sólo tengo imágenes sueltas, momentos claves, ya que fue hace ya bastante tiempo. A la edad de 8 años me encontraba en un mini retiro con los niños/adolescentes de la Iglesia General Lacy en Pinos Reales, ese sitio que creo que todo creyente de España conoce.

En una de las charlas que daba mi padre (recuerdo nítido) hizo un llamado con una exposición sencilla del evangelio como preámbulo al llamado. Debía de ser sencilla porque en cuestiones teológicas profundas, niños de 8 años es difícil que entren. Me recuerdo levantando la mano, junto a mí estaban mis mejores amigos, Marcos y David, que hoy día siguen respondiendo a ese llamado. Aquél día acepté al Señor como Salvador. Una decisión sencilla e importante.

Como casi todo lo que escribo nace una preocupación, una conversación con alguien, etc., voy a contaros. He pasado dos semanas horribles. Por instantes me sentía totalmente ajeno a lo que Dios quería para mí. En determinados momentos me sentía incrédulo, ¿esto merece la pena? No conseguía entender por qué me sentía así, por qué no me apetecía orar…

Hoy he encontrado la explicación, por mi propio pecado. Pero no es en eso en lo que me quiero centrar. ¿Cómo pude dudar? ¿Me he vuelto más incrédulo que cuando tenía 8 años? ¿Qué pasa? Después de tanto pensar, inútilmente, hablé con mi padre. Me aconsejó un capítulo de un libro para nuevos cristianos que sienten preocupación por esa DECISIÓN. Dios me habló, y muy claro.

Que tú no te sientas hijo, no significa que Dios deje ser padre. Es absurdo pensar que Dios va a dejarte, ha prometido que no lo hará:

“No temas porque yo estoy contigo; no desmayes porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré siempre te sustentaré con la diestra de mi.”
- Isaías 41:10 –


Como consecuencia de aquella decisión que tomé a los 8 años, el Señor me colmó de sus promesas y con ellas puedo disfrutar de una gran recompensa, la salvación. Si, es verdad, hay momentos en los que estás arriba, y momentos en los que estás abajo, pero quiero animarte diciéndote que el Señor es experto en levantar al caído, en dar consuelo, en dar fuerzas al que se siente débil y en hacer recordar que pase lo que pase, Él sigue siendo padre, independientemente de la clase de hijos que seamos.

Hemos sido sellados e incondicionalmente amados desde antes de todo.

“En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa,…”
– Efesios 1:13 -


Hoy puedo decir que no me arrepiento de la decisión que tomé.